El manga recupera su templo en Japón tras el tsunami

Con su cúpula metálica sostenida por cuatro pilares en forma de uve, un platillo volante brilla bajo el sol en una islita en medio del río Kitakami, que baña la ciudad japonesa de Ishinomaki. Aunque en realidad no ha aterrizado aquí procedente de ninguna galaxia lejana, en su interior se puede viajar a mundos que están más allá de nuestra imaginación. Como si fuera una cueva misteriosa, sus salas de control y de máquinas albergan el Museo del Manga, los populares cómics japoneses que han conquistado a los lectores de todo el mundo por sus fantásticas historias y sus futuristas diseños.

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Junto a los cerezos que florecen cada primavera, el platillo volante reluce ahora con todo su esplendor. Pero las aguas del río se lo tragaron el 11 de marzo de 2011, cuando el tsunami que barrió la costa nororiental nipona lo inundó bajo una ola gigante que parecía sacada de una película de catástrofes. Tras reabrir sus puertas a finales de 2012, el éxito de público del Museo del Manga de Ishinomaki es uno de los símbolos más vistosos de la reconstrucción del litoral japonés después de la tragedia.

Dedicado al dibujante local Shotaro Ishinomori, uno de los autores más famosos y prolíficos del manga, este edificio circular de tres plantas ofrece un recorrido por sus más importantes creaciones. Nacido en 1938, Ishinomori fue uno de los padres fundadores de este género cuando, en los años cincuenta, coincidió con otros reputados creadores en los míticos Apartamentos Tokiwa-so. Algo así como la Residencia de Estudiantes para la Generación del 27, pero en versión dibujos animados. De los 770 títulos que Shotaro Ishinomori escribió en 500 volúmenes, que llenaron 128.000 páginas y lo llevaron al Libro Guinness de los Récords, destacan personajes clásicos como «Cyborg 0091» y los motoristas de «Kamen Raider», cuyos universos se exhiben en sendas salas de este museo.

Acción y erotismo
Además de mostrar la evolución durante dos décadas de sus uniformes y de los singulares cascos de sus personajes, que tienen antenas y ojos inspirados en las cabezas de las moscas, el museo dedica una sala a exposiciones temporales con las obras más señaladas del manga. Junto a los vídeos de películas legendarias como «Ghost in the shell», se exhiben cuadros con bocetos y viñetas de sus escenas que resumen el espíritu del género: enrevesadas tramas de ciencia-ficción plagadas de acción y erotismo -cuando no sexo y violencia- plasmadas con colores brillantes en desolados paisajes industriales posapocalípticos.

Tras ofrecer una maqueta que recrea las novelas históricas de samuráis en el viejo Japón, la última planta del museo pone a disposición de los visitantes una biblioteca con más de 6.000 cómics, así como un taller de dibujo para aficionados y jóvenes talentos. Aquí, coloreando sobre una plantilla, Sayako Fujinuma se congratula por la recuperación de este centro cultural. «Tras el tsunami, pensé que el museo no volvería a abrir nunca más, pero me siento muy contenta porque es uno de los símbolos de Ishinomaki», explica esta joven, que nació en la vecina ciudad de Sendai y trabaja en las oficinas del puerto.

Golpeada hace cuatro años por un tsunami que no habría desmerecido en un cómic de catástrofes, la ciudad de Ishinomaki renace de sus cenizas gracias a un platillo volante que lleva directamente al universo mágico del manga.

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